DE ANNIE BESANT
TEMAS TRATADOS:
1- La Conciencia Extensa
2- La Ley del Deber
3- La Ley del Sacrificio
PRIMERA CONFERENCIA
LA CONCIENCIA EXTENSA
Hermanos: Vamos a estudiar en común este año
un asunto de vital importancia para el pensador, para el estudioso, para
quienes desean ser útiles a la humanidad y ayudar a la raza en su progresiva
evolución. He dado al asunto de mis conferencias el titulo de "Las leyes
de la vida superior" porque muchas gentes religiosas que a tal vida
aspiran, parecen inclinados a substraerla del imperio de la ley, llevándola a
extrañas regiones de arbitraria fantasía en donde se logre el éxito sin
esfuerzo o se provoque la caída sin flaqueza que la determine. La idea de que
la espiritualidad no está sujeta a Ley parece natural a primera vista, porque
encontramos correspondiente analogía en los medios por los cuales han llegado
a dominarse las leyes del plano físico en proporción inversa a como fueron
desdeñadas y desconocidas. Examinemos por un momento alguna de esas repentinas
erupciones de las fuerzas naturales, alguno de esos tremendos estallidos que en
pocas horas levantan altísimas montañas, que convierten los amenos valles en
escarpadas cumbres y en eriales las tierras fértiles. El hombre pudo ver antes
en estas erupciones algo arbitrario, algo cataclístico, inopinado, caótico y
fuera del orden normal de la evolución; pero ulteriores estudios nos han
enseñado que tan armónica es la erupción de un volcán como el paulatino
levantamiento del fondo de los mares que al cabo de miles de años llega a ser
cordillera de montañas. Aunque el primer movimiento parece cataclístico y
ordenado el segundo, sabemos actualmente que todo proceso natural, ya lento,
ya súbito, ora previsto, ora inopinado, cae bajo el dominio de la Ley y está
externamente ordenado en su realización. Lo mismo ocurre en el mundo
espiritual. Podemos ver alguna vez erupciones aparentemente repentinas de las
fuerzas espirituales, cambios súbitos en la vida de un hombre, mudanzas
inesperadas y completas de carácter y aun la entera transformación de la naturaleza
de un hombre en una hora; pero sabemos que también en esto predomina la Ley,
que tampoco en esto hay desorden; y si bien no lo comprendemos aún del todo,
empezamos, sin embargo, a reconocer que así en el universo espiritual como en
el físico, hay una Vida Suprema con infinita diversidad de manifestaciones, y
que esta Vida es siempre ordenada en su acción, por extraña, maravillosa y
sorprendente que parezca a nuestros ciegos ojos. Detengámonos, por lo tanto, en
la idea de Ley para indagar su significado. Después de explicar lo que entiendo
por "Ley" trataré de demostraros que, sin duda alguna, aun aparte de
toda religión y de toda idea religiosa, hay una conciencia más extensa que la
que actúa en el cerebro y en el sistema nervioso, una conciencia más amplia
que aquella a que llamamos la conciencia del hombre despierto. Luego trataré de
demostraros cómo esta más amplia conciencia puede empezar a desenvolverse y
acrecentarse por medio del pleno reconocimiento de la Ley del Deber, por el
esfuerzo en cumplir perfectamente todas las obligaciones de la vida. Y en la
tercera y última conferencia pasaremos a la elevada y sublime esfera en donde
la ley de la obligación interna releva a la ley de la obligación externa; en
donde al deber que significa pago de deuda, substituye el sacrificio que es
efusión de vida; en donde todo se hace gozosa y voluntariamente, con entera
abnegación; en donde el hombre no ha de preguntar "¿qué debo hacer?",
sino que obra porque el Divino flujo fluye por el canal de su vida y no
necesita de impulso alguno, llegando a la perfección de la ley interna.
Entonces se hace mayor el hombre por la Ley de Sacrificio que gobierna el
universo y rige el corazón de los hombres, pues el Sacrificio humano es débil
reflejo del Divino Sacrificio por el cual fueron creados los mundos y tiene su
minúscula reproducción, su leve destello, doquiera que el corazón del hombre
se arroja a los Pies de Loto del Señor del Sacrificio y llega a ver de este
modo un canal del Divino flujo, un canal de la vida del Logos, estrecho e
insignificante en sus comienzos, pero que se va ensanchando hasta recibir de
lleno la caudalosa corriente que se sirve del hombre como de un surco por do se
derrama. Veamos ahora lo que hemos de entender por "Ley". Repetidas
veces hallé contradictoria confusión en el significado de esta palabra, cuyas
diversas interpretaciones dejan perplejo al estudiante. Al hablar de las leyes
del mundo, todos sabéis muy bien lo que significan. La ley del mundo es mudable
y cambia con las ideas de la autoridad que la promulga, ya emane esta autoridad
de un monarca absoluto, ya de una Asamblea legislativa, bien se dicte en nombre
de un soberano o bien en el del pueblo que por ella ha de regirse. La ley
humana es siempre una cosa tan pronto hecha como deshecha; es mi ordenamiento
promulgado, y la autoridad que la establece puede asimismo derogarla. Además,
las leyes sociales son ordenativas o prohibitivas. Dicen: "haced esto";
"no hagáis aquello"; y estas prescripciones están sancionadas por la
pena. Si quebrantáis tal o cual ley sufriréis en consecuencia tal o cual
castigo. Por otra parte, cuando estudiamos la sanción penal de las leyes en
diferentes países, los castigos que se infligen por el quebrantamiento de tal o
cual mandato, vemos que son tan arbitrarios y mudables como las mismas leyes.
No son en modo alguno el resultado de la acción por la cual se quebrantó la
ley, sino que la pena se relaciona siempre con el quebrantamiento y, por lo
tanto, puede variar en toda época. El robo, por ejemplo, está penado en un país
con presidio, en otro con azotes, en otro con la mutilación de la mano y en
otro con la horca. En ninguno de estos casos tiene la pena equidad alguna con
el delito. Pero al hablar de las Leyes de la Naturaleza no significamos con
ellas nada parecido a lo característico de las leyes humanas. Las Leyes de la
Naturaleza no están promulgadas por una autoridad. Son el estatuto de las
condiciones bajo las cuales ocurren invariablemente ciertos hechos. No es
ordenamiento, sino estatuto de condiciones. Doquiera se reúnen tales o cuales condiciones se producirán tales o
cuales hechos, como manifestación de una consecuencia, de una continuidad
inmutable, invariable e irrevocable, porque estas leyes son expresión de la
Divina Naturaleza, en la que no caben mudanzas ni vacilaciones ni veleidades.
La Ley de la Naturaleza no es un edicto de ordenación y mando que diga:
"haced esto"; "no hagáis eso otro". Es un estatuto según el cual las mismas causas o
condiciones determinan irremediablemente los mismos efectos o fenómenos. Si
las condiciones cambian, también cambiarán los resultados. Ninguna pena
arbitraria está relacionada con la Ley de la Naturaleza, porque la Naturaleza
no castiga. En la Naturaleza encontraréis el estatuto de las condiciones, la
continuidad de los hechos y nada más. Estableced tal o cual condición y
obtendréis tal o cual consecuencia como inevitable resultado de la Ley, pero no
como arbitraria imposición de pena. Aun podemos ampliar el contraste entre la
Ley de la Naturaleza y la ley del hombre. La ley humana puede quebrantarse,
pero no la Ley de la Naturaleza. La Naturaleza no admite transgresión de su
Ley. Podréis quebrantar las leyes humanas, no la de la Naturaleza, que
permanece inmutable a pesar de cuanto hagáis por contrariarla. Aunque os
estrellaseis en mil pedazos contra ella, subsistiría inmutable y firme como
roca a cuyo pie se deshacen las olas en espuma. Tal es la Ley de la Naturaleza;
un estatuto de condiciones, de consecuencias invariables, de hechos
inquebrantables. Tal es la Ley. Así debéis considerarla el encontraros con ella
tanto en la vida superior como en la inferior. De este modo tendréis el
sentimiento de perfecta seguridad, de infinito poder e ilimitadas
posibilidades. No estáis en una región de mudables caprichos en donde pueda
suceder un día una cosa y mañana otra, sino que podéis obrar con absoluta
certeza del resultado. No sois capaces de variar la Ley a vuestro antojo ni
vuestras tornadizas acciones pueden alterar la Voluntad Eterna. Podéis obrar
confiados en el resultado de la acción, porque descansáis en la Realidad, que
es la única Ley del Universo. Pero hay algo necesario para obrar con seguridad
y paz en el reino de la Ley: el conocimiento. Las mismas leyes que mientras
estamos ignorantes de ellas pueden llevarnos en vaivén de una parte a otra,
frustrar nuestros planes, esterilizar nuestros esfuerzos, desvanecer nuestras
esperanzas y dejarnos al nivel del polvo, pueden también ser nuestras
sirvientes, nuestras auxiliares y nuestros apoyos para la elevación cuando el
conocimiento reemplaza a la ignorancia. Una vez más he de repetir aquellas
palabras de un sabio inglés que debieran esculpirse en letras de oro: "La
Naturaleza se domina por la obediencia". Conoced la Ley, obedecedla, obrad
de acuerdo con ella, y alzándoos con su fuerza infinita os conducirá a la meta
que deseéis alcanzar. La Ley, que es un peligro mientras la ignoramos, se
convierte en salvación cuando la conocemos y comprendemos. Ved cómo la
Naturaleza física nos ha enseñado esta admirable verdad en pasadas épocas. El
lívido rayo que cae del tormentoso cielo, derruye las altas torres y arruina
los edificios levantados por arte de arquitectura. ¡Cuán terrible, cuán
dañino, cuán misterioso! ¿Cómo podrá el débil hombre afrontar el fuego del
cielo? Pero el hombre aprendió a someter ese mismo fuego a su dominio bajo el
yugo del conocimiento, y de él se sirve para transmitir su palabra a través de tierras
y mares uniendo en un instante con los lazos de la comunicación y simpatía al
hijo y al padre que están separados por miles de kilómetros de distancia. El
rayo destructor se ha convertido en el fluido eléctrico que infunde esperanza
y vida a los ansiosos padres, que envía mensajes de amor y buena voluntad a
través de los montes y por encima de las olas. La Naturaleza queda subyugada y
sus fuerzas se ponen a nuestro servicio en cuanto aprendemos a obrar de
conformidad con ellas. Así sucede arriba y abajo con todas las demás fuerzas;
así en cada región del universo visible e invisible. Por lo tanto, debemos
conocer las Leyes de la Vida Superior si queremos vivir en ella. Conocedlas y
os elevarán a la meta; pero si las ignoráis se frustrarán vuestros esfuerzos y
ningún resultado obtendréis de vuestra obra. Tratemos ahora de lo que he
llamado Conciencia Extensa. Es necesario considerarla desde dos puntos de
vista: Primero, desde el acostumbrado en Oriente que estudia la conciencia en
lo interior y tiene por su ínfima manifestación la que actúa en el cuerpo
físico como un limitado aspecto de la conciencia extensa; y segundo, desde el
punto de vista familiar en Occidente, porque como las ciencias y el pensamiento
de Europa se han difundido por los países orientales con trazas de adaptarse a
los entendimientos, conviene demostrar que entre muchos sabios nutridos con la
ciencia materialista de Occidente cunde la convicción de que hay una
conciencia más extensa que la del cerebro físico que transciende al cuerpo y es
causa de hechos maravillosos y enigmáticos que dan motivo a vivas polémicas y
profundas observaciones con objeto de explicarlos según la Ley. La
investigación experimental en el plano físico condujo a los sabios de Occidente
al mismo resultado obtenido en Oriente por la práctica del Yoga según las
enseñanzas orientales; es decir, el desenvolvimiento de la conciencia extensa
que de arriba abajo contempla el plano físico. Los psicólogos orientales,
fundados en el reconocimiento del Yo y viendo que el Yo actúa en distintos
cuerpos y explican por deducción sus actos en el plano físico. Los psicólogos
occidentales parten, por el contrario, del plano físico, estudiando
primeramente el cuerpo y después la conciencia en él. Ascienden lentamente
peldaño tras peldaño hasta trascender las ordinarias condiciones del cuerpo
físico y producir artificialmente estados de conciencia para cuya explicación
forjan vagas e hipotéticas teorías. El procedimiento es algo extraño y no muy
seguro, pero no obstante conduce, aunque trabajosamente, al mismo fin logrado
ya desde muy antiguo por la espiritual intuición de los videntes. Este es el
asunto de que vamos a tratar. No hay precisión de definir la conciencia
despierta, o sean las facultades intelectuales, emociones, etc., de que nos da
incesantes pruebas la vida cotidiana. En Occidente se empieza el estudio de
esta conciencia por el del cerebro y del sistema nervioso; y hubo un tiempo,
hace cosa de veinticinco años, que la sicología necesitaba por base el estudio
de la Fisiología. Los sabios decían: "Debemos empezar estudiando el cuerpo
y el sistema nervioso con las leyes de su funcionamiento y las condiciones de
su actividad, pues sólo así podremos comprender después la acción del
pensamiento y las funciones de la mente. Los conocimientos fisiológicos darán
base a la sicología racional". No afirmaré que de esta opinión participen
los estudiantes más adelantados de Occidente; pero aunque funden sus estudios
psicológicos en los fisiológicos, podrán lograr muy notables resultados como
sucede siempre que los hombres interrogan sinceramente a la Naturaleza. En un
principio advirtieron los sabios occidentales que la conciencia del hombre no
se contraía al estado de vigilia, y en consecuencia, empezaron a estudiar el
sueño con objeto de analizar y comprender la acción de la conciencia mientras
el cuerpo estaba dormido. Ordenaron los hechos luego de reunir gran número de
ellos; pero vieron que sus investigaciones no eran satisfactorias por la
dificultad de eliminar las condiciones cuyo estudio no era necesario. A veces
el sueño provenía de una alteración funcional de los órganos del cuerpo; otras
de indigestión o hartazgo. Convenía eliminar estas condiciones, y por fin
probaron de estudiar la acción de la conciencia en sueño, provocándolo
artificialmente de modo que reuniese determinadas condiciones elegidas a
voluntad y no resultara de disturbios fisiológicos. Así empezaron las
experiencias de hipnotismo que se han repetido infinidad de veces y cuya
descripción se halla en los tratados especiales sobre la materia. ¿ Qué
resultado dieron en suma los experimentos hipnóticos? Que en condiciones bajo
las cuales era imposible el pensamiento normal, ya que el cerebro estaba
aletargado, se producían fenómenos en extremo sorprendentes, pues no sólo no
disminuía el vigor de las facultades intelectuales, sino que se hacían más
penetrantes, agudas y perspicaces. Los experimentadores vieron con sorpresa
que en el sueño hipnótico la memoria retrotraía sus recuerdos a los olvidados
años de la vida, reproduciendo incidentes de la niñez; y que, aparte de la
memoria, también se manifestaban más vigorosos y ágiles el juicio, el
raciocinio y la argumentación, resultando asimismo mayor lucidez en las
funciones de los sentidos a pesar de la insensibilidad física de los órganos.
El ojo que ni siquiera pestañeaba expuesto al resplandor de una luz eléctrica,
podía ver a distancias imposibles de alcanzar en estado de vigilia, leer
libros cerrados, penetrar los cuerpos opacos y describir las enfermedades
internas del organismo a través de músculos y huesos. Lo mismo sucedía con el
oído, que era capaz de escuchar sonidos imperceptibles en estado de vigilia y
responder a preguntas hechas desde lejanas distancias. Estos resultados dieron
en qué pensar a los sabios y se dijeron: ¿Qué conciencia es la que ve sin ojos
y oye sin oídos, que recuerda y raciocina cuando el órgano de la memoria y de
la razón está en letargo? ¿Qué conciencia es ésta y cuales son sus
instrumentos? Pero no sólo en estado hipnótico se produjeron tales resultados.
También se echó de ver que cuanto más profundo era el trance, tanto más elevada
era la conciencia. Este fue el inmediato progreso en los experimentos. El
trance poco profundo, sólo mostraba cierta viveza de facultades; pero en
cuanto aumentaba la intensidad del estado hipnótico, brillaban con mayor
esplendor las manifestaciones de la conciencia. Los hechos observados
establecieron el convencimiento de que el hombre no tenía una sola, sino varias
conciencias, por lo relativo a su modo de actuar. Entre los numerosos
experimentos realizados durante este estudio, cabe mencionar el caso de una
zafia aldeana que en su estado normal de vigilia era estúpida, ignorante y
torpe, pero que hipnotizada daba muestras de aguda inteligencia, siendo lo más
raro que en estada. de trance se contemplaba a sí misma en su conciencia
inferior y se trataba con frases despectivas y dicterios ultrajantes. Sometida
a trance más profundo, revelaba todavía mayor lucidez intelectual y más
elevada conciencia, vituperando en sus graves y circunspectas palabras los
actos, faltas y limitaciones de sus otros dos inferiores estados de conciencia.
Así se revelaron en esta aldeana tres distintos estados de conciencia, con la
circunstancia de que ésta era tanto más elevada cuanto más profundo el trance
en que la sujeto caía. Se observó, además, otro hecho tan extraño como los
anteriores. En estado de vigilia no recordaba ni sabía la aldeana lo más mínimo
de sus segundo y tercer estado de conciencia que para ella eran como si no
existiesen. Por otra parte, en el segundo estado de conciencia, conocía su
individualidad en el plano físico, pero no la del tercer estado de conciencia,
en que a su vez dominaba los dos inferiores, sin presentir otro superior. Estas
experiencias sugirieron además la idea de que no sólo podía demostrar la
conciencia facultades superiores a las del normal estado de vigilia, sino que
la conciencia inferior no podía conocer a la extensa conciencia que se revela
más allá de sus limitaciones. La superior conoce a la inferior, pero no ésta a
aquélla. Por lo tanto, la ignorancia en que se halla la conciencia inferior no
es prueba de que no exista la superior. Las imitaciones que atan la conciencia
inferior no valen como argumentos contra el estado superior de ella. Tales han
sido los principales resultados de la investigación científica en occidente.
Examinemos ahora la cuestión bajo otro aspecto. Los fisiólogos materialistas,
al estudiar cuidadosamente la estructura del cerebro, se detuvieron en el
examen del de aquellos sujetos que habían manifestado anormales circunstancias
de conciencia sin hallarse en trance producido por medios artificiales. Esta
escuela fisiológica puede resumirse en la afirmación de Lombroso al decir que
el cerebro del genio es tan anormal y tan enfermizo como el del loco, infiriendo
de ello que las manifestaciones cerebrales que se apartan de lo vulgar y
corriente están determinadas por enfermedad del órgano y tienen la demencia por
inevitable término. Antes de Lombroso ya hubo quien así opinase, pues un verso
de Shakespeare dice que: "El genio está íntimamente aliado con la
locura". No hubiera sido muy nociva en si misma esta afirmación a no haber
llegado a la amplitud que le da la escuela de Lombroso, pues en este concepto
es un arma de terrible filo contra las prácticas religiosas. Hay discípulos de
esta escuela, que basando sus conclusiones en hechos fisiológicos, afirman que
el cerebro se desequilibra cuando responde a ciertos estímulos a que no puede
responder el cerebro normal. Y dando mayor latitud a esta idea, se adelantan
más allá y dicen: "He aquí la explicación de todas las prácticas
religiosas. Siempre hubo místicos videntes y visionarios. Todas las religiones
nos ofrecen testimonio de hechos anormales, relatos de visiones y de fenómenos
que el cerebro sano y equilibrado, no es capaz de percibir. El visionario es un
neurópata, un desequilibrado, un enfermo mental, ya se trate de un santo o de
un sabio. Todas las experiencias de los santos y de los sabios, todas sus
atestiguaciones de fenómenos relativos al mundo invisible, son sueños de la
mente desequilibrada que funciona en un cerebro enfermo". Sorprendidas las
gentes religiosas por semejante afirmación, no saben que responder a la para
ellos aturdente blasfemia de que los santos no son sino neurasténicos y
desequilibrados. Esta idea parece como si corroyera en su misma raíz las
esperanzas de la humanidad, desmintiendo abiertamente los testimonios de la
realidad de los mundos invisibles. Sin embargo, puede responderse fácilmente a
tan audaz afirmación; pero antes conviene explanar las condiciones de la
respuesta a fin de que sea lo más amplia posible. Supongamos verdadero todo
cuanto afirma la escuela de Lombroso. Supongamos que los genios más excelsos
de la humanidad en religión, ciencia y literatura, hayan sido neurasténicos de
enfermizo cerebro. ¿Qué tendremos con ello? Cuando aquilatamos el valor de lo
que un hombre da al mundo, no atendemos al estado de su cerebro, sino a las
consecuencias que su obra produce en el corazón, la conciencia y las acciones
de los hombres. ¿Qué importaría, pues, que cada santo fuese mellizo de un
lunático y cada visión de Dios y de los Devas fuese resultado de anormalidad
cerebral? Por la valía de lo que dan al mundo hemos de justipreciar su mérito.
Cuando un hombre cambia completamente de vida al ponerse en compañía de un
santo, ¿podremos explicar la mudanza diciendo que está enfermo el cerebro del
santo? Si así fuese, resultaría la enfermedad del santo mucho más provechosa
que la salud del pecador, y el cerebro anormal del genio mil veces más útil a
la humanidad que el cerebro normal de hombre ordinario. Al preguntar qué nos
han dado los genios y los santos, vemos que de estos neurópatas, de esos
desequilibrados, surgieron las grandes verdades que estimulan los humanos
esfuerzos, que nos consuelan en nuestras tristezas, y que descendiendo de Dios
al hombre nos elevan sobre el temor a la muerte, revelándonos nuestra
inmortalidad. ¿Qué importa el marbete que los fisiólogos quieran poner al
cerebro? Yo reverencio a quienes dieron a la humanidad las verdades por las
que vive. También podemos responder diciendo que está muy lejos de la verdad la
afirmación de la escuela de Lombroso. Convengamos en que tiene algo de razón en
lo concerniente a las condiciones fisiológicas, y es lógico que así sea, porque
el cerebro normal del hombre, como resultado de su evolución en la presente
etapa, es el más a propósito para relacionarse con los ordinarios objetos del
mundo, con los negocios mercantiles, las astucias del fraude y las opresiones
del débil por el fuerte. El cerebro normal del hombre está bien dispuesto a
tomar parte en las tormentosas agitaciones de la vida, en el bullicio del
mundo, en los sucesos cotidianos; pero no esperéis que la conciencia superior
se manifieste por medio de un cerebro nutrido con groseros alimentos, esclavo
de las pasiones y siervo de la crueldad y del egoísmo. ¿ Cómo esperar de este
cerebro respuesta alguna a los espirituales impulsos de la conciencia Superior
ni la más leve sensibilidad a las delicadas vibraciones de los mundos sutiles?
Este cerebro es el producto de la evolución pasada y representa lo pasado.
Pero ¿cuales son aquellos otros cerebros que responden a vibraciones sutiles?
Son los que guardan promesas para lo futuro y nos enseñan lo que será la
evolución venidera, no lo que fue la evolución pasada. Por razón misma de su
más sutil y desarrollada naturaleza se ven los que van a la vanguardia de la
evolución mucho más fácilmente perturbados por las groseras vibraciones del
mundo inferior que los que están normalmente educados en ellas. Por el mero
hecho de que su cerebro responde a las vibraciones sutiles, resulta menos apto
para responder a las groseras del mundo inferior. Hemos de tener en cuenta dos
condiciones muy diferentes; primera, el cerebro sumamente desarrollado,
normalmente sensible y pronto a responder a las vibraciones sutiles con
exquisita delicadeza de equilibrio; tal es el cerebro del genio, en sus
diversas modalidades espiritual, artística, científica y literaria. Segunda,
el cerebro normal que por el influjo de intensas emociones se hace
anormalmente sensitivo, quedando más o menos desquiciado; tal es el cerebro de
los devotos, místicos y videntes. El primero está normalmente bueno y sano,
pero no muy bien adecuado a los requerimientos de la vida inferior, de lo que
procede su desdén por los ordinarios negocios de la vida. Con facilidad le
hieren las vibraciones violentas y por ello son a menudo irritables e impacientes
y sujetos a mayor o menor riesgo de perturbación. El delicado equilibrio de su
complicado mecanismo nervioso se desarregla mucho más fácilmente que el recio
y bien ajustado mecanismo de los cerebros menos desarrollados. Al fin de su
evolución habrán ganado estos cerebros en estabilidad y flexibilidad, pero
actualmente pierden fácilmente el equilibrio. Los segundos, normalmente
incapaces de responder a vibraciones sutiles, sólo pueden elevarse al necesario
punto de tensión por medio de un choque que lesione su mecanismo y produzca
desórdenes nerviosos. Las emociones violentas, el ardiente anhelo de alcanzar
la Vida Superior, el prolongado ayuno, la oración concentrada, todo cuanto
tiende los nervios, dará al cerebro la suficiente sensibilidad para responder a
las vibraciones de los planos sutiles. Entonces sobrevienen las visiones y
otros hechos anormales. La conciencia suprafísica encuentra por breve tiempo un
vehículo bastante sensitivo para recibir y responder a sus impulsos. El
cerebro neuropático no engendra la visión que pertenece a los mundos
suprafísicos, pero reúne las condiciones necesarias para que la visión quede impresa
en la conciencia física. Por esto el histerismo y otras enfermedades nerviosas
acompañan frecuentemente a dichos fenómenos. Cierto es que cuando se comprende
la evolución y prudentemente se la guía, no es la enfermedad nerviosa condición
necesaria para realizar estas experiencias; pero no es raro observar que, en
muchos casos, las personas vulgares de cerebro anormalmente sensitivo que no
están evolucionadas, que carecen del hábito de inspección interior y de
autoanálisis, que ignoran las leyes según las cuales opera la conciencia,
parecerán en el plano físico menos cuerdas que sus convivientes por su menor
cuidado de las cosas de este mundo y su más solícita atención a las de la Vida
Superior, Veamos por qué están expuestos a este peligro. La razón es muy
sencilla. Una cuerda aflojada no emite nota alguna. Ponedla en tensión y
vibrará. Sólo vibra cuando está tensa; pero sólo entonces hay riesgo de
ruptura. Así sucede con el cerebro. Mientras está aflojado, por decirlo así,
responde únicamente a las lentas vibraciones del plano físico y ninguna nota de
la celeste música puede resonar en él, porque su materia nerviosa no está
suficientemente tensa para responder a vibraciones más rápidas. Sólo cuando
las emociones violentas le dan tensión, puede el cerebro ordinario responder a
ellas. De aquí la anormalidad manifestada en excitaciones nerviosas como el
histerismo o la epilepsia, que ponen la substancia cerebral en condición de
responder a vibraciones más rápidas y sutiles que las del plano físico. La
tensión del sistema nervioso es indispensable para las manifestaciones de la
conciencia en la Vida Superior. Cuando comprendáis bien este hecho, perderá
toda su fuerza el ataque de la escuela de Lombroso a las prácticas religiosas.
La neurosis es natural porque el vehículo físico no puede recibir vibraciones
sutiles en su normal estado de evolución. Es preciso refinarlo y ponerlo tenso
a fin de que sea capaz de recibirlas. En nuestra actual evolución, rodeados
como estamos de groseras circunstancias, magnetismos impuros y perturbadoras
influencias de toda especie, no es maravilla que el inepto cerebro, al excitarse
para responder a lo superior, quede trastornado por lo inferior y llegue a
discordar de las ásperas notas de la tierra. Si miramos a Oriente, veremos como
previeron este peligro y lo evitaron guardándose de él. Los psicólogos
orientales admiten un Yo que se envuelve upadhi tras upadhi, vehículo tras
vehículo; un Yo que gradualmente va elaborando sus propios instrumentos.
Elabora un upadhi o cuerpo mental, por cuyo medio se relaciona el pensamiento
con el mundo exterior. Elabora un cuerpo astral cuyas emotivas potencias tiene
expresión en el mundo exterior. Elabora un cuerpo físico a fin de ejercer por
él su actividad en el mundo físico. La sicología oriental nos dice que la conciencia
elabora cuerpos según sus necesidades. Ahora bien: ¿cómo se disponen estos
cuerpos a las necesidades de la Conciencia Superior? Refinándolos poco a poco
y sometiéndolos al dominio de lo Superior. De aquí que la meditación esté
prescrita como uno de estos medios. Pero cuando un hombre quiso progresar
rápidamente, vio que lo más acertado era irse al yermo y apartarse
temporalmente del mundo para sustraerse de este modo a sus groseras influencias
y ponerse en sitio a donde no alcanzaran las vibraciones ásperas. De aquí que
estuviese menos expuesto a quedar conturbado por ellas. En los yermos y en los
desiertos empezaron a meditar los anacoretas refinando y teniendo su cerebro
por la concentración de la mente, por el gradual refreno de la concupiscencia
y por la sostenida atención a las cosas superiores. La conciencia, actuando
desde lo alto, operaba en el cerebro físico mediante la atención, y poco a poco
lo iba poniendo más tenso, hasta hacerlo capaz de responder seguramente a las
vibraciones elevadas. Después se esforzaba en impulsar lo inferior hacia lo
alto hasta permanecer indiferente a los estímulos del mundo exterior. La misma
insensibilidad que respecto de las vibraciones exteriores logra el hipnotismo
por medios artificiales, se adquiere mediante el Yoga por la completa
sustracción de la conciencia a los sentidos orgánicos. La inmediata práctica
después de restringir los sentidos, era mantener tranquilas las facultades intelectuales
y fijar la mente, a fin de que, cesando de vibrar, llegara a ser capaz de
recibir las vibraciones de lo alto. Una vez la mente reposada y tranquila sin
que deseo alguno pudiera turbar su serenidad como lago en perfecta calma, se
reflejaba en ella el Yo, cuya majestad y gloria veía el hombre entre el
silencio de los sentidos y la tranquilidad de la mente. Tal es el procedimiento
oriental. Vemos desde este punto como cambia el cerebro, como se refina y
desarrolla modificando sus lazos de relatividad según requiere la manifestación
de la Conciencia Superior. Siguiendo esta línea de autodisciplina o Yoga,
¿cuáles serán las condiciones evolutivas del cerebro? Primero, pureza de
cuerpo; segundo, refinamiento de cuerpo y creciente complejidad de cerebro.
Esto es lo esencial. ¿Acaso es posible suponer que mientras os dominen las
pasiones y sus exigencias os perturben, mientras no esté subyugado el cuerpo,
seáis capaces de recibir el reflejo del Yo en vuestra mente? Debéis aprender a
gobernar el cuerpo, a mantenerlo en régimen, dándole apropiado descanso,
conveniente ejercicio y debido alimento para satisfacer todas sus necesidades
de modo que se conserve en salud, no como dueño, sino como obediente siervo de
la conciencia. Oíd lo que dice Krishna: "Verdaderamente, ¡oh Arjuna!, el
Yoga no es para el que come en abundancia ni para quien se excede en la
abstinencia ni tampoco para quien mucho duerme ni para el que en demasía
vela" [1]. Es
preciso apartarse de los extremos; no torturar el cuerpo que ha de ser el
instrumento, pero tampoco concederle aquello por lo que pueda creerse señor del
Yo. Cuando se sigue este método, llega el cerebro a ser capaz de recibir
vibraciones sutiles sin desequilibrarse y sin sacrificar la salud en la
adquisición de sensibilidad y delicadeza. El yogui es sumamente sensitivo, pero
está perfectamente sano. Sometido y purificado el cuerpo, podemos hacerle
sensible a las vibraciones superiores y ponerle en armonía con el son de
sublimes notas. Mas, para lograrlo, hemos de apartar nuestro interés de las
cosas inferiores y quedar indiferentes a los atractivos del mundo exterior.
Hemos de tener armonía, vairagya, porque tal es la condición requerida por la
conciencia superior para manifestarse en el mundo físico. Mientras apetezcáis
las cosas de la tierra, la Conciencia superior no podrá emplear el cuerpo
carnal como vehículo. Para que se manifieste en este mundo es preciso emprender
el sendero de la inquebrantable devoción al Supremo, con un claro y equilibrado
desarrollo de la mente y de las emociones. Hemos de practicar la pureza de
vida, la compasión y la ternura; hemos de aprender a contemplar el Yo en cada
uno de cuantos nos rodean, en el feo y en el hermoso, en el potentado y en el
desvalido, en la planta y en el Deva. Verdaderamente ve quien ve el Yo en todas
las cosas y todas las cosas en el Yo.
SEGUNDA CONFERENCIA
LA LEY DEL DEBER
Hermanos: En la conferencia anterior
establecimos ciertas condiciones definidas. Estudiamos la naturaleza de la Ley
viendo cómo en cada uno de nosotros hay una conciencia más extensa que la
operante en el cerebro despierto. Vimos también que para la manifestación de
aquélla era necesario dominar completamente los sentidos y restringir la
mente. A esto llegamos en nuestro estudio de la Vida Superior. Entremos ahora
en otra fase para considerar cómo debe conducirse el hombre a fin de que la
Conciencia Superior pueda manifestarse en él con pleno poderío. Necesitamos ver
las etapas preparatorias y convencernos de que dentro de nuestras actuales
posibilidades cabe en nosotros la preparación al divino florecimiento de la
conciencia que interiormente tiene cada uno de nosotros en capullo. A fin de
mejor comprender esta idea, definiremos previamente dos o tres palabras que
necesitamos para el estudio. En primer lugar, ¿qué significa Vida Superior? He
empleado esta expresión en su más amplio concepto, comprensivo de todas las
manifestaciones de la vida suprafísica, las manifestaciones del hombre en los
diversos mundos invisibles a los ojos de la carne, o sean las regiones llamadas
"planos", como el astral, mental, búdico, átmico y cualesquiera otros
que se extiendan más allá en el infinito universo. ¿Qué significa la palabra
espiritual? No todas las manifestaciones de la Vida Superior, tal como la hemos
definido, son necesariamente espirituales. Debemos abstraer de la conciencia
en sí misma, la forma en que está incorporada la conciencia. Nada de lo
perteneciente a la forma es de naturaleza espiritual. La vida de la forma en
cada plano pertenece a la manifestación prakrítica, pero no a la espiritual. La
manifestación de la vida en la forma puede realizarse en los planos astral o
mental, pero será en ellos tan inespiritual como en el físico. Por doquiera es
puramente fenomenal la manifestación prakrítica, y lo fenomenal no puede ser
espiritual. Debemos tener esto muy en cuenta, porque sino erraríamos lastimosamente
en nuestro estudio, desacertando los medios por que evoluciona lo espiritual.
No importa que la forma viva en un plano superior o inferior, que sea mineral,
vegetal, animal, hombre o deva, pues en tanto es de naturaleza prakrítica y
fenomenal, no participa en lo más mínimo de la espiritual naturaleza. El hombre
puede elaborar poderes astrales o mentales, puede tener ojos que vean muy
lejos en el espacio y ojeen el universo, puede oír los himnos de los devas y
escuchar los celestes cánticos; pero todo esto es fenomenal y transitorio. Lo
Espiritual y lo Eterno no son propios de la vida de la forma. ¿ Qué significa,
pues, lo espiritual? Es la vida de la Conciencia que reconoce la Unidad, que ve
el Yo en todas las cosas y todas las cosas en el Yo. La vida espiritual es la
vida que penetra el infinito número de fenómenos, que desgarra el velo de Maya
y ve al Único y Eterno en las mudables formas. Conocer el Yo, amar el Yo,
realizar el Yo. Esto y sólo esto es Espiritualidad, del mismo modo que ver el
Yo por doquiera es Sabiduría. Todo cuanto de esto se aparte, es ignorancia,
todo es inespiritual. Una vez hayáis comprendido esta definición, os veréis
compelidos a escoger lo real y no lo fenomenal, a distinguir la vida del
Espíritu de la vida de la forma aun en los planos superiores, a adoptar determinados
medios para desenvolver la vida espiritual e inquirir las leyes que rigen las
manifestaciones de la Conciencia, a fin de reconocer por doquiera su unidad con
toda Conciencia, de suerte que améis las formas, no por sí mismos, sino por el
Ser que es vida y realidad de la forma. Recordad como Yajñavalkya aleccionaba
a Maitreyi cuando ésta quiso conocer el aspecto espiritual de la Vida
Superior. Le decía: "No porque sea marido debe amarse al marido, sino por
razón del Yo. No porque sea esposa debe amarse a la esposa, sino por razón del
Yo". Y así sucesivamente habla de los hijos y amigos hasta llegar a la
vida que se extiende más allá de la física, diciendo: "No porque sean
Devas hay que amar a los Devas, sino por razón del Yo". Tal es la nota del
Espiritu. Todo está en el Yo. El Uno está realmente en todas partes. ¿Cómo
podremos alcanzarle, cómo conocerle, si la materia nos ciega? Observad que el
primer paso en firme hacia este alcance y conocimiento es la Ley del Deber.
Detengámonos un momento para comprender por qué esta ley es la primera verdad
a que el hombre ha de obedecer si anhela alzarse a la vida espiritual. En
nuestro rededor hay seres pertenecientes a los mundos superiores que no son
espirituales, pero que ejercitan enormes fuerzas y vigorizan la naturaleza
sometiendo la materia a su voluntad. Son pujantes seres de tremendo poder que
ordenan el mundo en torno nuestro impeliendo algunos la evolución por medio de
los nobles pensamientos y elevados propósitos que inspiran, y auxiliándola
otros mediante su esfuerzo en impedir el progreso del hombre y extraviarle a
fin de que aprenda a poner los pies en firme y por su lucha contra la
injusticia llegue a ser perfecto en la justicia. Uno y otro de estos aspectos
son de la manifestación divina, porque no podemos tener luz sin tinieblas ni
progreso sin embarazo ni evolución sin impedimento. Precisamente la fuerza que
a la evolución contraria es la que da estabilidad al progreso y facilita el
superior crecimiento del hombre. Debemos precavemos, sin embargo, de caer en
el vulgar error de confundir las funciones de ambas. Las fuerzas y los seres
del mundo superior que impelen la evolución, que nos guían, inspiran, realzan y
purifican, deben ser objeto de justa reverencia, podemos seguir con toda seguridad
sus senderos y levantar confiadamente a ellos nuestras súplicas. Las otras
fuerzas serán nuestras amigas en cuanto las resistamos y contrariemos pues sólo
pueden servirnos cuando contra ellas luchamos, pues entonces vigorizan nuestros
músculos y nervios espirituales. Pero el éxito que en la evolución obtengamos
dentro del dominio de estas segundas fuerzas, depende de nuestro esfuerzo en
combatirlas, y la fuerza desarrollada en la lucha nos auxilia en la evolución.
No debemos seguirlas ni obedecerlas ni evocarlas ni meditar en ellas. ¿Cómo,
pues, podrá el caminante escoger el sendero y cómo distinguir unas de otras?
Por la Ley del Deber, por el divino Yo que muestra el sendero del progreso, por
obediencia al Deber sobre toda otra cosa, por devoción a la Verdad, que es lo
mayor que existe, y así hemos de adorarla sin sombra de inconstancia ni
intento de mudanza. Se ha dicho alguna vez, y es muy cierto, que en el idioma
sánscrito no hay palabra significadora de lo que en Occidente llamamos Conciencia.
Según testimonio de los escolares sánscritos, sabemos que la palabra
Conciencia carece de equivalente en dicha lengua. Pero no hemos de atender a
las palabras, sino a las cosas, y no a los labios, sino a los hechos. Yo
pregunto en qué Escrituras o en qué literatura podemos hallar mejor expresada
esta idea de Conciencia que en las Escrituras y literaturas orientales, tan
abundantes en ejemplos del respeto a la Conciencia y de la devoción al Deber
que resplandecen áureamente en la vida práctica de los hombres de la vieja
India y en los preceptos que esmaltan los libros sánscritos. Sirva de modelo la
conducta de Yudhishthira, el justo rey que, cierta vez, puesto a prueba en
manos del mismo Shri Krishna había desmayado en la verdad. Ved como en los últimos
momentos de su vida, antes de dejar este mundo, le invita Indra, el rey de los
Devas, a subir a su carro para conducirle al cielo. Recordad como, señalando al
fiel perro que con él había sobrevivido a la terrible jornada por el gran
desierto, dijo: "Mi corazón palpita de piedad por el perro. Permite que
venga conmigo al cielo". "No hay en el cielo sitio para los
perros", replicó Indra. Y como todavía insistiese Yudhishthira, el rey de
los Devas repuso irónicamente: "Viste morir a tus hermanos en el gran
desierto y allí los dejaste muertos. Viste morir a Draupadi y su cadáver no
estorbó tu camino. Si atrás dejas a hermanos y esposa, ¿por qué te apegas a un
perro y quieres traerlo contigo?". Entonces replicó Yudhishthira:
"Nada es posible hacer por los muertos, y ayudar no puedo a mis hermanos
ni a mi esposa. Pero esta criatura está viva y no muerta. Tan grave como matar
a un iniciado y depredar los bienes del Brahmana es el pecado de abandonar sin
ayuda a quien en nosotros buscó refugio. No iré solo al cielo".
Yudhishthira se mantuvo firme contra los divinos argumentos, y entonces, no
pudiendo lndra convencerle, quedó muerto repentinamente el perro y Dharma le
permitió entrar en el cielo. Más poderosa que la exhortación de lndra era la
firmísima conciencia del rey. Ni el incentivo de inmortalidad fue parte a
desviarle del deber ni la dulce habla del Deva le apartó del recto sendero por
el que se dirigía su conciencia. Retrocedamos ahora en evolución para examinar
otro caso. Bali, rey de Daityas, estaba ofreciendo cierto día un sacrificio al
Supremo, cuando llegó un infeliz enano a impetrar una gracia. "Te pido,
¡oh rey!, tres pasos de tierra como don de sacrificio". Considerando el
rey muy poca cosa el espacio de tierra que el pobre enano pudiese medir con sus
cortas piernas, le concedió inmediatamente la gracia; pero, ¡oh sorpresa!, el
primer paso abarcó la tierra y el segundo el cielo. ¿En dónde dar el tercer
paso? Si cielo y tierra estaban ya abarcados, qué quedaba? Tan sólo el pecho de
los devotos que, tendiéndose boca arriba, formaron suelo en donde dar el
tercer paso. Protestaron entonces los vasallos llamándose a decepción y engaño,
diciendo al rey: "Hari te empuja a tu pérdida. Quebranta la palabra y no
permitas la ruina de tus fieles". Pero aunque las voces ensordecían sus
oídos, el rey prefirió la verdad, el deber y la conciencia, aun a riesgo de
perder corona y vida, y se mantuvo inflexible. Llegó entonces su Guru a quien
el rey reverenciaba en extremo, y enterado del caso le invitó a que retirase
la palabra empeñada; pero tampoco Bali quiso escucharle. El Guru le maldijo por
su desobediencia; pero en aquel momento apareció Vishnu cubriendo cielos y
tierra con su potente forma, oyéndose en el silencio una voz suave que decía:
"Bali combatido y derrotado en todas partes, ultrajado por sus amigos y
maldecido por su preceptor, este Bali no quebrantó la fidelidad". Entonces
declaró Vishnu que Bali llegaría a ser en un futuro Kalpa, el rey de los Devas,
porque sólo ha de confiarse el poder al guardador de la fidelidad. Ante éstos
y otros muchos casos que podríamos citar, ¿qué importa la falta de determinada
palabra para designar la conciencia? Constantemente refulge la idea de
fidelidad al deber, el reconocimiento de la Ley del Deber. Y ¿qué palabra es
clave de todas para el pueblo indo? Es Dharma, es decir, el deber, la rectitud.
¿Qué es, pues, la Ley del Deber? Su concepto varía en cada etapa de evolución,
aunque el principio permanece constante. Progresa al compás de la evolución.
El deber del salvaje no es el mismo que el del hombre culto y civilizado. El
deber del maestro no es el mismo que el del rey. El del comerciante no es el
mismo que el del soldado. Así que al estudiar la Ley del Deber hemos de atender
previamente al peldaño de evolución en que estamos situados, para estudiar las
circunstancias que revelan nuestro Karma, nuestros poderes y capacidades y
convencemos de nuestra flaqueza. Mediante este cuidadoso estudio hallaremos la
Ley del Deber que ha de guiar nuestros pasos. Un mismo Dharma rige para todos
cuantos se hallan en iguales circunstancias y en la misma etapa de evolución.
Hay deberes que a todos obligan. Los múltiples deberes prescriptos por Manu
conciernen a todos los que están evolucionando. Son los deberes que el hombre tiene
con el hombre. La experiencia del pasado los instituyó y no cabe duda sobre
ellos. Pero hay muchos aspectos del Dharma cuyo carácter ofrece complejidad.
El verdadero obstáculo con que a menudo tropiezan quienes se esfuerzan en proseguir
el sendero espiritual consiste en discernir su Dharma y conocer qué Ley del
Deber requiere. Muchos casos hay en nuestra experiencia diaria, en que surge el
conflicto entre los deberes. Un deber solicita de nosotros una dirección y otro
deber la dirección opuesta. Nos encontramos entonces perplejos ante el Dharma,
como se vio Arjuna en Kurukshetra. Algunas dificultades de la Vida Superior son
el toque de la Conciencia evolucionante. Poco cuesta cumplir el deber claro y
sencillo, pues desatino fuera que así no sucediese; pero cuando está embarazado
el sendero de la acción, cuando no vemos bien la vía del deber, ¿cómo podremos
seguirla en tinieblas? Diversos peligros hay que entenebrecen la razón, nublan
la vista e impiden discernir el deber. Nuestro actual enemigo es la
personalidad, el yo inferior que se reviste de cien formas diferentes, que
algunas veces se disfraza con máscara de Dharma para que no podamos reconocer
el nuestro, y al seguirle caminamos por la senda del deseo y no por la del
deber. ¿Cómo, pues, distinguiremos cuándo nos domina la personalidad y cuándo
la regimos debidamente? ¿Cómo conoceremos si estamos descarriados, si la
atmósfera de personalidad que nos circunda vela el deber con las nieblas de la
pasión y del deseo? Yo no conozco más seguro medio para esta prueba que
retirarse sosegadamente al aposento del corazón, tratando de extirpar los
personales deseos a fin de prescindir, siquiera por un momento, de la personalidad
y mirar las cosas con intensa y clara luz, suplicando a nuestro Maestro que nos
guíe. Así iluminados por tan brillante luz y con auxilio de la oración, del
examen interno y de la meditación, podremos elegir el sendero que nos parezca
del deber. Tal vez nos desviemos a pesar de nuestros esfuerzos en ver claro;
mas en este caso recordemos que el error es necesario para aprender las
lecciones imprescindibles en nuestro progreso. Podemos equivocarnos y elegir
el sendero de deseos, extraviados por su influencia y movidos por el ahamkara
cuando creyéramos estarlo por el dharma. Aunque así sea, habremos obrado bien
al esforzarnos por ver claro, y al resolvernos, procedemos rectamente. Aun si
en nuestro intento de obrar con justicia caemos en la acción contraria, hemos
de tener la seguridad de que nos corregirá nuestro Dios interno. ¿Por qué hemos
de desalentarnos si incurrimos en yerro, cuando nuestro corazón está fijo en
el Supremo y nos esforzamos en ver la justicia? Lejos de ello, cuando hemos
luchado por lo justo e incurrimos en injusticia por ceguedad, debemos recibir
gustosos la pena que esclarece la visión mental exclamar suplicando a Dios:
"Vuelve a enviar Tus llamas para que destruyan cuanto ciega la vista y
consuman la escoria que impurifica el oro. Quémanos, ¡oh Radiante Ser!, hasta
que del fuego salgamos como el oro acrisolado y limpio de toda impureza".
Mas si cobardemente eludimos la responsabilidad de tomar una decisión, y sordos
a la voz de la conciencia escogemos el trillado camino que otro pueda
mostrarnos como de virtud, pero que nosotros presentimos que es de vicio, y
así contra nuestra conciencia seguimos el sendero de otro, ¿que hemos hecho
con ello? Ahogar en nuestro interior la voz divina, preferir lo bajo a lo
alto, lo fácil a lo difícil y renunciar a la voluntad en vez de vigorizarla. Y
aunque el sendero que hollamos por inducción ajena fuese mejor que el que
hubiésemos podido elegir libremente, no por ello resultaría menos perjudicada
nuestra evolución, por la debilidad que tuvimos de no hacer lo que creíamos
justo. Este error es mil veces más nocivo que la obcecación determinada por los
incentivos del deseo. Obrar de acuerdo con lo que creamos justo, es el Único
sendero seguro para el aspirante a la espiritualidad. Si quebrantáis vuestro
sentido de la justicia tomando por justo lo que interiormente sentís como
injusto, cediendo a influencia o mandato ajeno, entonces perderéis la facultad
de distinguir lo justo de lo injusto, apagaréis la única luz que os alumbra,
aunque débilmente, y preferiréis caminar en tinieblas. ¿ Cómo seremos capaces
de distinguir la luz de la obscuridad, a los blancos de los negros, al Deva del
Asura, sino por el toque del deber y por la rectitud que en ellos se encarne?
En donde el deber no se cumple, en donde no hay caridad ni pureza ni abnegación,
podrá haber poderes, pero en modo alguno la espiritualidad que ilumina al mundo
y depara ejemplo a los hombres. No esperamos hallar expedito y llano el
sendero de la aspiración espiritual, porque la vida del espíritu sólo se
alcanza a copia de reiterados esfuerzos y frecuentes caídas, y únicamente se
camina por el sendero del deber apoyándose en la infatigable perseverancia.
Ansiemos tan sólo el conocimiento de la justicia, y con seguridad llegaremos a
conocerla aunque hayamos de buscarla por caminos de amargura. Obremos en
nuestra vida diaria tan rectamente como sepamos, con la seguridad de que iremos
viendo más claro según adelantemos. En cuanto a la confusión experimentada por
muchos, respecto de los guías a propósito para auxiliarlos en la subida y
tocante a conocerlos por tales guías, hemos de ver cuáles son los testimonios y
pruebas de la vida espiritual, de la espiritualidad que es dechado, ejemplo y
luz del mundo. La prueba y testimonio del hombre espiritualmente evolucionado,
apto para servir a los demás de guía, protector y maestro, está en la
perfección de las cualidades que el aspirante se afana por establecer en sí
mismo. El Maestro cumple perfectamente lo que el aspirante imperfectamente, y
encarna el ideal que este otro se esfuerza en perseguir. ¿Cuáles son, pues, las
cualidades que caracterizan la vida espiritual? En nuestro rededor vemos por
todos lados hombres y mujeres afanosos de luz y luchando por su desenvolvimiento,
pero intrigados, erráticos y confusos. Con todos y cada uno de los que
encontremos, de los que entren en el círculo de nuestra vida, contraemos un
deber. El mundo no gira al azar y ningún acontecimiento meramente fortuito
ocurre en la vida del hombre. Los deberes son las obligaciones que tenemos con
quienes nos rodean, y cada uno de los que están en nuestro campo de acción
exige de nosotros un deber. ¿Cuál es este deber? Es el definitivo saldo de las
deudas contraídas, según nos enseñan nuestros estudios. El deber de respeto y
obediencia a los superiores; el deber de afabilidad y benevolencia a los
iguales; el deber de protección, misericordia y auxilio a los inferiores. Estos
son los deberes generales y ningún aspirante ha de desmayar en la esperanza de
colmarlos plenamente, sin lo que no es posible la vida espiritual. Pero aunque
nos hayamos descargado por completo de las deudas avaladas por la ley, aun
después de satisfechas las obligaciones impuestas por nuestro nacimiento, por
los lazos de familia, por las relaciones sociales y por el Karma de nuestra
nación, todavía nos queda por cumplir un elevado deber que podemos colocar
ante nosotros como luz alumbradora de nuestro sendero. Cuando alguien entre en
nuestro círculo de vida, procuremos que al salir de él haya mejorado por su
contacto con nosotros. Si es ignorante y sabemos más, enseñémosle; si está
triste, compartamos con él su pena y démosle consuelo; si desvalido y nosotros
fuertes, procuremos que se vaya alentado por nuestra fortaleza y no humillado
por nuestra soberbia. Seamos doquiera benévolos y pacientes, amables y
cariñosos con todos. No nos mostremos ásperos de modo que los pongamos en
confusión, perplejidad y extravío. Bastantes tristezas hay en el mundo. Que el
hombre espiritual sea fuente de consuelo y paz; que sea luz del mundo para que
todos caminen con más seguridad al llegar al círculo de su iluminación.
Procuremos que se aquilate nuestra espiritualidad por sus efectos en el mundo,
y que el mundo sea cada vez mejor, más puro y más feliz a causa de nuestra
influencia en él. ¿Para qué viviríamos sino para servir, amar y sostener a los
demás? ¿Ha de ser el hombre espiritual obstáculo o ha de ser impulso de la
humanidad? ¿Ha de ser Salvador del género humano o impedimento de la evolución
de sus hermanos que de él se aparten descorazonados? Cuidad de cómo podéis
afectar a los demás con vuestra influencia y tened cuenta de cómo vuestras
palabras hieren su vida. Vuestra lengua debe ser afable y amorosas vuestras
palabras. Ni calumnia ni maledicencia ni injuria ni sospecha infundada han de
manchar los labios que están esforzándose por ser vehículos de la vida
espiritual. La dificultad yace en nosotros y no fuera de nosotros. En nuestra
propia vida; en nuestra propia conducta debemos efectuar la evolución
espiritual. Ayudad a vuestros hermanos y no seáis duros de corazón con ellos. Levantad
al caído y acordaos que si hoy estáis en pie, también podéis caer mañana y
necesitar que os levanten manos ajenas. Todas las Escrituras declaran la
infinita misericordia del corazón de la Vida Divina. Misericordioso ha de ser,
por lo tanto, el hombre espiritual. Procuremos en la medida de nuestras pobres
fuerzas, con nuestro pequeño cáliz de amor, dar a nuestros hermanos una gota
de aquel océano de compasión que baña al universo. Nunca habéis de tener por
injusto el ayudar a los desvalidos posponiendo vuestras necesidades a las
suyas. Esto y sólo esto es la verdadera espiritualidad que significa la vuelta
al punto de nuestra procedencia, el reconocimiento del Yo en todas las cosas.
El hombre espiritual debe llevar vida más alta que la del altruismo. Debe
llevar la vida de identificación con todo cuanto alienta y vive. En este mundo
el "otro" no existe. Todos somos uno. Cada cual es una forma
separada, pero en todos alienta y vive el mismo Espíritu. Escuchad que dice
sobre el Amor Divino, Shrí Krishna, cuando al contemplar el mundo de los hombres,
pronuncia su veredicto sobre justos y pecadores: "Aun si el más grande
pecador Me adora con entero corazón, ha de ser contado entre los justos, puesto
que se determinó en derechura. Rápidamente llega a ser justo y se encamina a la
eterna Paz, ¡oh Kaunteya! Ten por cierto que jamás perecen mis devotos" [2].
Resolveos, pues, rectamente y no temáis que nada le falte a vuestro corazón.
Podréis perturbaros, podréis errar, podréis caer una y otra vez, pero prontamente
alcanzaréis la plenitud del deber y gozaréis la Eterna Paz. Seamos, por lo
tanto, devotos del Amor Supremo. Reconozcamos nuestra unidad en El, y por lo
tanto, nuestra unidad con todos los seres. Si rectamente nos determinamos, nada
importarán nuestra debilidad y nuestras faltas, porque fiados en la promesa de
quien es la misma Fidelidad, pronto alcanzaremos la plenitud del deber para
lograr la Paz.
TERCERA CONFERENCIA
LA LEY DEL SACRIFICIO
Hermanos: Ya vimos que el hombre sólo puede
reconocerse como Conciencia Superior en la proporción en que apacigüe sus
sentidos y restrinja su mente. Vimos después que avanza hacia el reconocimiento
de la Vida Superior en la medida en que obedece a la Ley del Deber y cuando
firmemente se resuelve a satisfacer las obligaciones contraídas. Trataremos
ahora de elevarnos a la región superior para ver cómo, después de cumplida la
Ley del Deber, le impele aun más allá la del Sacrificio, capacitándole para
unirse con la Divinidad. Estudiaremos, pues, la Ley del Sacrificio. Con verdad
se ha dicho varias veces que el sacrificio es inherente al universo en que
vivimos. ¿ Y cómo no, si el universo tuvo origen en un acto de sacrificio, en
la limitación del Logos a fin de que surgieran los mundos? Todas las religiones
exponen acerca de este punto las mismas enseñanzas, todas declaran que la
manifestación del universo fue un acto de Sacrificio Divino. Podría citar al
efecto textos de todas las Escrituras, pero es un punto tan conocido que no
necesita prueba alguna. La naturaleza de este sacrificio consiste para nosotros
en que lo Inmaterial asume las limitaciones de la materia, en que se condiciona
lo Incondicionado y en que se ata lo Libre. Al observar la evolución del
universo echamos de ver que esta manifestación de vida sólo es posible mediante
sus limitaciones, que constituyen las características de su evolución, pues tan
luego como la vida llega a manifestarse forma tras forma, asumiendo
sucesivamente otras nuevas, ha de proseguir evolucionando sin cesar. Vemos que
la vida manifiesta en la materia atrae a su alrededor la materia apropiada a
su forma. A medida que la forma va desgastándose por el ejercicio de las
funciones vitales, la vida renueva por asimilación la materia perdida. Vemos
que la forma está en continuo desgaste y reparación y que la vida sólo puede
manifestarse allegando a su forma nueva materia en substitución de la
eliminada, conservándola así como vehículo de manifestación. Sólo por esta
simultánea asimilación y desasimilación de la materia puede la vida desenvolverse
en la forma. Así surge respecto del crecimiento de los seres la idea de que por
asimilación, por sostenimiento, se conserva y desenvuelve la vida. En su
contacto con la materia, la vida aprende que, en las primeras etapas, tomar, asimilar,
sostener y guardar, no son realmente condiciones de vida, sino requisitos
necesarios para el mantenimiento de la forma en que se manifiesta la vida. La
forma no puede subsistir sino por la asimilación de nueva materia. Según la
vida crece y se desarrolla, esta continua asimilación es la característica del
evolucionante Jiva. Doquiera aprende que en el sendero de Pravritti, en el
sendero de manifestación, debe tomar, coger, asimilar y conservar. Doquiera
aprende a asimilarse otras formas por cuya unión con la suya propia asegure la
continuidad de su existencia en la forma. Cuando los grandes Maestros empiezan
a aleccionar al evolucionante Jivatma, cuando éste ha llegado al necesario
punto de materialidad, recibe entonces lecciones contrarias a todas sus precedentes
experiencias. El Maestro le dice: "La vida no sólo se conserva por simple
asimilación, sino también por el sacrificio de aquello que ya se ha asimilado.
Es un error creer que puedas vivir y crecer tan sólo a costa de otras formas,
por la absorción de la vida circundante. Todos los mundos están regidos por la
ley de interdependencia. Todos los seres vivientes existen por virtud de
cambios recíprocos, por el reconocimiento de su mutua dependencia. Tú no
puedes vivir solo en un mundo de formas. Tú no puedes conservar la tuya
apropiándote otras formas sin contraer una deuda que has de pagar sacrificando
algo de lo tuyo para el mantenimiento de otras vidas, pues todas, como por
áurea cadena, están entrelazadas por la Ley del Sacrificio". El universo
emanó de un acto de sacrificio supremo y sólo puede conservarse por la
continua renovación del sacrificio. Oíd lo que enseña Shri Krishna: "Si
este mundo no es para quienes prescinden del sacrificio, ¿cómo ha de serlo el
otro, ¡oh el mejor de los Kurabas ? [3].
Así, pues, no puede el hombre vivir en un mundo de formas a menos que practique
actos de sacrificio. La volteante rueda de la vida quedará inmóvil si cada ser
viviente no ayuda a su volteo practicando actos de sacrificio. Por el
sacrificio se conserva la vida y el sacrificio es raíz de toda evolución. A fin
de dar debidamente esta nueva enseñanza, vemos que los grandes Maestros
recomiendan con insistencia los actos de sacrificio, demostrando que por
virtud de estos actos gira la rueda de la vida cuyas vueltas nos allegan todo
bien. Así vemos que el ritual índo establece los cinco sacrificios cuyo amplio
círculo abarca cuantos son necesarios para el mantenimiento de todas las
criaturas, Se nos enseña que nuestras relaciones con el mundo invisible, con
el mundo de los Devas, sólo pueden sostenerse mediante el sacrificio en honor
de los Devas, por el que reconocemos nuestra interdependencia. "Alimentad
a los Dioses con el sacrificio y podrán alimentaros los Dioses. Así,
alimentándoos mutuamente, alcanzaréis el Supremo bien" [4]
. Viene después el sacrificio ofrecido a los Rishis, a los sabios, a los
Maestros. Es el sacrificio de estudio con cuyo cumplimiento satisfacemos una
deuda y nos descargamos de una obligación. Porque por el estudio aprendemos
para enseñar y de esta manera transmitimos los conocimientos de generación en
generación. También aprendemos luego que hemos de pagar la deuda contraída con
los ascendientes, que se resume en el sacrificio a los antecesores, a los
Pitris, reconociendo con ello que el haber recibido del pasado nos obliga a
dar a lo venidero. Seguidamente aprendemos a satisfacer nuestra deuda con la
Humanidad. Se nos enseña que cada día debemos sustentar a un hombre por lo
menos. Sin embargo, la esencia de este acto no consiste en la mera sustentación
de un hambriento, pues en aquel hombre a quien alimentamos queda alimentado
también el Señor del Sacrificio y con El la Humanidad. Al llegar Durvasa
hambriento a donde estaban desterrados los Pandavas y al pedirles que comer
cuando éstos habían ya concluido su refacción, suplió el Señor del Sacrificio
la penuria mandando a los Pandavas que buscasen alimento; y como encontraran
un grano de arroz, con él sació el hambre, y en la satisfacción de su hambre
quedaron satisfechos la gran hueste de ascetas. Así también sucede con el
sacrificio en pro del hombre. Alimentando a un mendigo hambriento, alimentamos
a quien se siente infundido en toda humana vida y así alimentamos a la misma
humanidad. Por último, aprendemos lo que es el sacrificio en pro de los
animales. Si diariamente sustentamos a dos o tres, también damos alimento al
Señor de los animales en Su creación animal, y por este sacrificio se mantiene
el mundo animal. Tales fueron las lecciones dadas a la joven humanidad enseñándole
la forma y esencia de los actos de sacrificio. Así vemos que el espíritu de la
ley de los cinco sacrificios es mucho más valioso que la letra de la misma ley.
Así aprendemos a extender a este espíritu de sacrificio el reconocimiento de la
Ley del Deber. Cuando la Ley de Sacrificio se entreteje de esta suerte con la
Ley del Deber, aparece el inmediato peldaño ante el evolucionante Jiva. Ya
sabéis practicar algunos actos por obligación. Sabéis que: "el mundo está
ligado por la acción menos por las que se cumplen con intento de
sacrificio" [5].
Debéis aprender que apeteciendo el fruto de la acción os atáis al mundo de las
acciones, y que si queréis ser libres, habéis de sacrificar el fruto de la acción.
"Así, ¡oh hijo de Kunti!, ejecuta tus acciones con este intento,
desembarazado de todo apego. Este es el peldaño inmediato. No significa ello
que como sacrificios hayan de separarse algunas acciones del plan de actividad
del hombre, sino que todas las acciones han de tener carácter de sacrificio y
considerarse como tales por la renuncia al fruto de la acción. Cuando
sacrificamos el fruto de la acción, entonces empezamos a aflojar las ligaduras
de acción que nos atan al mundo. Porque hemos leído: "De quien tiene los
apetitos muertos y el pensamiento firme en la sabiduría, de quien sacrifica
las obras y permanece en equilibrio, todas las acciones se disipan" [6].
El mundo está ligado por el Karma, por la acción, excepto cuando la acción es
sacrificio. Tal es la enseñanza que empieza a resonar en nuestros oídos al
acercarnos al término del Pravritti Marga, cuando ya es tiempo de volver a la
nativa patria para entrar en el sendero de Regreso, en el Nivritti Marga.
Cuando el hombre empieza a renunciar al fruto de la acción, cuando ya sabe
cumplir todas sus acciones por deber, sin apetencia del fruto, entonces llega
la época crítica en la historia de la evolución del alma humana; entonces
resuena para él una nota todavía más alta y ha de aprender una lección aun más
provechosa, que ha de conducirla al Nivritti Marga o Sendero de Regreso. Dice
Krishna; "Más acepto que el de cualquier ofrenda es el sacrificio de
sabiduría, ¡oh Parantapa!, porque toda plenitud de acción, ¡oh Partha!, está
culminada en la Sabiduría. Aprende esto por discipulado, por investigación y
por servicio. Los sabios, los videntes de la Esencia de las cosas, te aleccionarán
en Sabiduría. Y cuando lo hayas aprendido, no volverás a caer en confusión, ¡oh
Pandava!, porque por ello verás a todos los seres sin excepción en el Yo y a
todos en Mí [7]. Aquí
vibra la nota que hemos aprendido a reconocer como nota de espiritualidad. Por
el "sacrificio de Sabiduría", vemos todos los seres en el Yo y así en
Dios. Esta es la nota del sendero de Regreso, del Nivritti Marga. Esta es la
lección que ha de aprender el hombre evolucionante. Ahora llega el punto
critico en la historia evolutiva del Jiva. Trata de sacrificar el fruto de la
acción, de desvanecer todo apego. ¿Y cuál es el inevitable resultado? Se
desvanece el apego al fruto, se afirma el vairagya, mueren las pasiones y el
hombre se encuentra; por decirlo así, como suspendido en el vacío. Desapareció
todo incentivo de acción. Ha perdido el estímulo del Pravritti Marga. Tampoco
ha hallado todavía el del Nivritti Marga. Le sobrecoge aversión a todo objeto.
Parece fatigado de la Ley del Deber y aun no palpita en él la Ley del
Sacrificio. En este instante de pausa, en este momento de suspensión en el
vacío, parece como si hubiese perdido todo contacto con el mundo de las formas
y de los objetos; pero tampoco se ha puesto todavía en contacto con el mundo
de vida, con "el lado de allá". Sucede con esto algo semejante a si
un hombre atravesara un precipicio por angosto puente que de pronto se
interrumpiera bajo sus pies sin que le fuese posible retroceder ni ganar la
orilla opuesta. Quedaría como suspendido en el aire sobre el abismo. Perdió el
contacto con cuanto le rodeaba. No temas, ¡oh alma acongojada!, cuando llegue
este momento de suprema desolación. No temas perder el contacto con lo
transitorio antes de que le halles con lo Eterno. Escucha a quienes sintieron
el mismo desconsuelo, pero que pasaron más allá y vieron colmado y lleno lo
que vacío les pareciera. Óyeles proclamar la Ley de Vida en que has entrado:
"Quien ame su vida la perderá, y quien pierda su vida alcanzará la
Eterna". Este es el testimonio de la Vida Interior. No podemos tocar lo
alto hasta perder el contacto con lo bajo. No podemos sentir lo superior hasta
que se haya extinguido el toque con lo inferior. Un niño que trepa por una
escala puesta junto a un precipio, oye la voz de su padre que desde arriba le
llama. El niño desea alcanzar a su padre, pero está suspendido de la escala con
ambas manos y ve debajo la boca de la sima. Mas la voz del padre le dice:
"Suelta la escala y ponte las manos sobre la cabeza". El niño teme,
porque si suelta la escala ¿no caerá en el abierto abismo? El ambiente la
parece vacío; nada ve por encima de su cabeza; a nada puede asirse. Entonces se
resuelve a un acto de suprema fe. Suelta la escala, extiende sus manos en el
vacío y, ¡oh portento!, se ve sostenido por las manos del padre que junto a sí
le alzan. Esta es la Ley de la Vida Superior. Renunciando a lo bajo se asegura
lo alto, y al desechar la vida que conocemos, alcanzamos como propia la Vida
Eterna. Sólo quienes lo han sentido pueden explicar el horror de aquel tremendo
vacío en que se aniquila el mundo de las formas, pero en que todavía no se
siente la vida del Espíritu. Mas no hay otra mediación entre la vida en la
forma y la vida en Espíritu. Entre ambas se extiende el abismo que debemos
transponer; y por extraño que parezca, en los momentos de suprema angustia,
cuando el hombre se repliega en sí mismo y sólo percibe en su derredor el
silencio del vacío, es cuando de entre aquella aniquilación del mundo de los
seres surge el Ser Eterno; y quien no veía sitio en donde poner los pies, se
halla de pronto firme y seguro en la inconmovible roca del Eterno. Tales han
sido las experiencias de quienes en el pasado alcanzaron la vida espiritual. Tal
es el ejemplo que nos han dejado para alentarnos cuando a nuestra vez hayamos
de cruzar el abismo. Leemos en los Shastras y en otros libros, cuyo texto
abunda en significados esotéricos, que el discipulo se ha de acercar siempre a
su Maestro con el haz del sacrificio en la mano. ¿Qué es el haz del sacrificio?
Es toda cosa perteneciente al mundo de la forma, todo lo que atañe a la
personalidad. Todo lo debemos arrojar al fuego del sacrificio y nada debemos
retener. Ha de consumir el hombre su naturaleza inferior y con sus propias
manos encender el fuego. Ha de ofrecerse él mismo en sacrificio. Nadie puede
hacerlo por él. Da entonces la vida y por completo la entrega. Nada reserva
incólume de cuantas cosas conocemos. Con recia voz clama al Señor del Fuego
que el sacrificio está dispuesto en el altar y que no le niegue el que ha de
consumirlo. En la tribulación del aislamiento, confía en la Ley que no puede
fallar, y dice: Si la Ley del Sacrificio es bastante robusta para sostener el
peso del universo, ¿se quebrantaría acaso bajo el de un átomo como yo? Es
bastante robusta para confiar en ella. Es lo más fuerte que existe. Según la
Ley del Sacrificio, la vida del Espíritu consiste en dar y no en tomar, en
efundir y no en usurpar, en entregarse y no en apresar, en desprenderse de
cuanto se tiene, con la seguridad de alcanzar la plenitud de la Vida Divina. Y
ved cuán natural es todo esto. La Vida inextinguible burbujea constantemente en
la ilimitada plenitud del Yo. La forma tiene límites y la vida no. La forma
vive de recibir y la vida se desenvuelve por dar. Por lo tanto, en la
proporción en que nos desprendamos de lo que tenemos, daremos lugar y sitio a
la Divina plenitud que a nuestro interior afluye y nos colmará en mayor medida
que lo estuvimos antes. Así, pues, la renunciación es la característica del
Nivritti Marga. La renunciación es el secreto de la Vida; la apropiación el de
la Forma. Tal es, pues, la Ley del Sacrificio a que debemos obedecer. Dar
gustosos y disponernos siempre a dar. Por esto y sólo por esto vivimos. Al
entrar en el Nivritti Marga, en donde la renunciación se nos ofrece por guía,
su voz. parece áspera y fría y amenazador su aspecto. Confiad en ella cualquiera
que sea su apariencia y comprended por qué el sacrificio sugiere de momento la
idea de pena. Desde el punto de vista material, el sacrificio destruye la
forma, la elimina del número de las cosas; y la forma, que siente cómo le
arrebatan la vida, grita angustiosa y aterrorizada en demanda de la vida que
mantiene su existencia. Así imaginamos que el sacrificio es un acto de
sufrimiento acompañado de terror y angustia, y así continuaremos suponiéndolo
mientras nos identifiquemos con la forma. Pero en cuanto nos abramos a la vida
del Espíritu, a la vida que reconoce al Uno en la multiplicidad de formas,
entonces empezará a alborear en nosotros la suprema verdad espiritual de que el
sacrificio no es pena, sino gozo; no tristeza, sino deleite; de que quien es
afligido en la carne, es bienaventurado en el Espíritu, que es nuestra
verdadera vida. Entonces se desvanece la ilusión que nos mostraba el sacrificio
corno inseparable de la tristeza, y vemos que más intenso que cuantos placeres
pueda ofrecer el mundo, más vivo que cuantos goces puedan dimanar de la
riqueza, más feliz que cuantas felicidades pueda brindarnos la tierra, es el
placer, el gozo y la felicidad del libre Espíritu que al efundirse halla la
unión con el Yo y conoce que el Yo vive en múltiples formas y fluye por
infinidad de cauces en vez de limitarse a una sola forma y contenerse en un
solo cauce. Este es el gozo de los Salvadores del género humano, de Aquellos
que se elevaron al conocimiento de la unidad llegando a ser los Guías,
Auxiliares y Redentores de la raza. Paso a paso, lenta y gradualmente,
ascendieron más y más alto hasta asentar el pie en la margen opuesta del abismo
de Nadidad. Recobraron el sentido de la realidad de la vida, y en el abismo de
Nadidad en que por un momento les pareció haber perdido su propio ser, lo
recuperaron súbitamente sobre el mundo de las formas. Desde este superior
nivel se ven todas las formas como continentes de una misma Vida, de un mismo
Ser. Ellos hallaron con inefable gozo que el viviente Yo se infunde en
innumerables formas, entre las que no descubre diferencia porque todas son
canales del Espíritu Uno. Por esto es capaz el Salvador del mundo de ayudar a
la raza y robustecer las débiles fuerzas de sus hermanos. Desde la cumbreante
altura a que se elevó, considera como propias todas las formas y a sí mismo se
reconoce en cada una de ellas. Se alegra con el gozoso y se aflige con el
triste. Es débil con el débil y fuerte con el fuerte, pues todos son partes de
sí mismo. Igualmente tiende al justo que al pecador. No siente afección por uno
repudiando al otro. Ve que en todos los planos vive el Ser único, aquella vida
que es El mismo. Se reconoce en la piedra, en la planta, en el bruto, en el
salvaje, en el santo y en el sabio, viendo una misma Vida por doquiera y a El
en esta Vida. ¿ Cómo puede tener con ello motivo de temor ni causa de reproche?
Nada existe sino el Ser Único ni nada fuera de El que hayamos de temer o
desafiar. Esta es la verdadera Paz y esto y sólo esto es Sabiduría. En el
conocimiento del Yo consiste únicamente la vida espiritual, y esta vida es
gozo y paz. Así la Ley de Sacrificio, que es Ley de Vida, es también Ley de
gozo, y al obedecerla experimentamos que no hay placer más intenso que el de
efundirse ni gozo mayor que el de entregarse. Si nos fuese posible entrever
momentáneamente un débil vislumbre de la Vida Espiritual, quedaría reducido
este transitorio mundo a sus verdaderas proporciones, apareciendo en su
intrínseco demérito los hombres de falaz valía. La Ley de Sacrificio, que es
Ley de Vida y Ley de gozo y Ley de Paz, se resume en aquellas sublimes
palabras: "Yo soy Tú Y Tú eres Yo". Traigamos por un instante esta
elevadísima idea al nivel de nuestra vida cotidiana para ver cómo la Ley del
sacrificio, al operar en nosotros, se manifiesta en el mundo exterior de los
hombres. Hemos aprendido a realizar, aunque brevísimamente la unión con el Yo.
Hemos aprendido una palabra, una letra del Libro de la Sabiduría. ¿ Cómo hemos
de conducirnos, pues, con los hombres, hermanos nuestros? Vemos, por ejemplo,
un hombre abyecto, degradado, ignorante e insensato con quien ningún lazo de parentesco
ni de pasado Karma nos liga, ni nada que podamos considerar obligatorio
relaciona nuestra forma con la suya. Mas realizada por Ley del Sacrificio la
unión con el Yo, vemos también el Yo en aquel miembro espurio de la familia
humana, y desvaneciéndose la forma, reconocemos que somos aquel hombre y que
aquel hombre es nosotros. Así la misericordia releva en el mundo espiritual a
lo que es repulsión en el mundo de los hombres. El amor expulsa al odio, la
ternura a la indiferencia y el Sacrificante se revela a quienes le rodean por
el toque de divina compasión incapaz de repugnar las formas externas, y que únicamente
saborea la belleza del Yo en ellas recluido. El Sacrificador es sabio y
tropieza, por ejemplo, con un ignorante. ¿Ha de sentir el menosprecio con que
en el mundo suelen tratar los sabios a los ignorantes y considerarse como un
Ser superior? De ningún modo. No ha de considerar su sabiduría como propiedad
personal, sino como patrimonio común a todos los hombres y difundirla entre
los ignorantes sin sentimiento alguno de diferencia a causa de su unión con el
Yo. Lo mismo sucede respecto de las demás diferencias existentes en el mundo
de las formas. El hombre que vive según la Ley del Sacrificio, realiza la unión
con el Yo y sólo reconoce diferencia entre los vastos continentes y no entre
las vidas que en ellos moran. De aquí que acopie sabiduría y conocimiento en su
separada forma con el único objeto de repartirlos en las demás. Así pierde el
sentimiento de separatividad y llega a ser parte de la Vida del mundo. A medida
que esto realiza, y reconoce que el único valor del cuerpo es servir de canal a
lo superior, de instrumento a esta vida, poco a poco se sobrepone a todo
pensamiento que no sea el de unidad y se siente parte del gimiente mundo.
Siente entonces que las penas de la humanidad lo son también suyas, que los
pecados de la humanidad son sus pecados, que la flaqueza de su hermano es su
flaqueza, y así realiza la unidad, y a través de todas las diferencias, ve al
inmanente y único Ser. Sólo por este medio podemos vivir en el Eterno.
"Quienes ven diferencias van de muerte en muerte". Así dice el
Shruti. El hombre que ve diferencias está realmente muriendo sin cesar, porque
vive en la forma que es caduca, que periódicamente muere y no en el Espíritu
que es vida. Así, pues, en el grado en que no reconozcamos diferencias entre
unos y otros, en el grado en que sintamos la unidad de la vida y
experimentemos que esta vida es común a todos, sin que nadie pueda jactarse de
su participación en ella ni suponerse superior a los demás, en el mismo grado
alentaremos en la Vida Espiritual. Esta es, al parecer, la última palabra de la
Sabiduría enseñada por los Maestros. Nada sino esto es espiritual, nada sino
esto es sabiduría, nada sino esto es verdadera vida. Si mis labios fuesen
hábiles o mi emoción suficiente para mostraros por un instante un relámpago
del pálido vislumbre que por gracia de los Maestros alcancé de la gloria y
belleza de la Vida que no distingue diferencia ni reconoce separación, de tal
manera ganaría vuestros corazones el encanto de esa gloria, que toda terrenal
belleza fuera fealdad, escoria el oro y polvo las riquezas en comparación del
inefable gozo de la vida que reconoce la Unidad. Difícil es imaginar esta
gloria entre las separadas vidas de los hombres, la excitación de los sentidos
y los errores de la mente; pero luego de vislumbrarla siquiera por un momento,
cambia por entero el mundo, y una vez contemplada la majestad del Yo, nos parece
indigna de nuestra aspiración toda otra vida. ¿Cómo podremos realizar, cómo
llegaremos a poseer este admirable reconocimiento de la Vida más allá de toda
vida, del Ser que transciende a todos los seres? Únicamente por cotidianos
actos de renunciación en las menudencias de la vida ordinaria. Únicamente
encaminando nuestros pensamientos, palabras y obras, al amor de la Unidad y a
vivir en ella. Pero no sólo con la voz que la alabe, sino también con la acción
que la practique en toda coyuntura, poniéndonos nosotros los últimos y dejando
que los otros se pongan los primeros, indagando las necesidades de los demás a
fin de remediarlas, mostrándonos sordos al grito de nuestra naturaleza
inferior. No conozco ningún otro camino que el de este humilde, paciente y
perseverante esfuerzo, hora por hora, día por día, año tras año, hasta subir a
la cumbre del monte. Hemos hablado de la Suprema Renunciación de aquellos a
cuyos pies nos postramos. No imaginéis que realizaran la suprema renunciación
cuando al oír en el dintel de Nirvana los sollozos del angustiado mundo
retrocedieron para auxiliarle. No realizaron entonces la renunciación suprema,
sino, vez tras vez, en los centenares de pasadas vidas, por la constante renuncia
de las cosas del mundo, por su infatigable compasión y su cotidiano sacrifico
en pro de la común vida humana. No renunciaron a última hora en el dintel del
Nirvana, sino en el transcurso de muchas vidas de sacrificio, hasta que la Ley
de Sacrificio fue Ley de su propio ser, de modo que en su postrera etapa les
bastó con registrar en los anales del universo las innumerables renunciaciones
de su pasado. Desde hoy mismo, si empeñamos nuestra voluntad, podemos iniciar
la gran obra de la renunciación, porque si no la practicamos en la vida
ordinaria, en el trato cotidiano de nuestros prójimos, no seremos capaces de
realizarla en la cima del Monte. Tal vez supongáis que la vida del discípulo
consiste en heroicas hazañas, en pujantes proezas, en tremendos esfuerzos que
con clara visión realiza para prepararse al último y supremo empuje que le ciña
la corona del vencimiento. No es así, hermanos míos. La vida del discípulo es
una serie de menudas renunciaciones, de sacrificios cotidianos, un continuo
morir en el tiempo para lograr eterna vida. La singular hazaña que admira al
mundo no es suficiente para el discipulado, porque de lo contrario, mayores que
el discípulo fueran el héroe y el mártir. El discípulo ha de vivir en el
hogar, en la ciudad, en el taller, en los negocios, entre el común de los
hombres. La verdadera vida de sacrificio es la del que completamente se olvida
de sí mismo hasta el punto de no costarle esfuerzo alguno la renunciación. Si
llevamos vida de sacrificio, vida de renunciación, si diariamente
perseveramos en anteponer los demás a nosotros mismos, algún día llegaremos a
la cumbre del Monte, viendo desde allí cómo hemos cumplido la suprema
Renunciación sin imaginar jamás que ningún otro acto fuese posible.
FIN
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2003
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